sábado, 5 de julio de 2014

Yggdrasill, el árbol del mundo



De la mitología nórdica nos han llegado principalmente dos de sus dioses más famosos, Odín y Thor quienes a veces convivían con los humanos, en la región de Midgard, la destinada a los humanos. 

De los textos de la mitología escandinava nos han llegado mundos inhóspitos; climas helados donde la barbarie hacía acto de presencia en cualquier momento, y donde dioses, gigantes de hielo y humanos estaban en continuo enfrentamiento.

En las creencias escandinavas el Universo se sustentaba en un enorme fresno cuyo tronco era el que unía ese mundo de dioses, gigantes, hombres y muertos: se trataba del Árbol del Mundo, Yggdrasill, cuya fortuna era la que se reflejaba de las felicidades y los sufrimientos de sus habitantes.

Yggdrasill existía incluso antes de la Creación del Mundo en la mitología escandinava, e incluso perviviría tras el temido Ragnarok, pero durante toda su existencia tendría que sufrir una serie de penalidades que lo ayudarían a proteger y alimentar al mundo gracias a su savia dulce y constante.

Pero el árbol del mundo no vivía sólo. En él vivían muchas criaturas mitológicas, como el águila sabia que vivía en sus ramas y que tenía un halcón entre los ojos de nombre Vedrolnir. También una serpiente que se movía entre sus raíces, Nidhogg; o una ardilla, conocida como Ratatosk, que subía y bajaba de las ramas a las raíces para contar los insultos que se proferían entre sí el águila y la serpiente. 

Dain, Dvalin, Duneyr y Durathor eran los cuatros ciervos que comían de sus brotes tiernos Por su parte, las Nornas eran las encargadas de aliviar todos los pesares de Yggdrasill, regándolo con agua de las
fuentes de Urd así como con barro, siempre procurando de que el árbol no se secase.

Curiosamente, la historia de Yggdrasill no es sino el reflejo de la creencia que tenían antiguamente los nórdicos en el poder de la Naturaleza, en la mágica existencia de los árboles y en la protección que éstos les brindaban. 

Tanto era así que incluso existía la costumbre de plantar un árbol junto a cada caso que reflejaba la prosperidad de la familia, de modo que cuanto más frondoso estuviera mejor les iría, mientras que su desgracia se reflejaría en que el árbol se secase.

Incluso, la creencia de las funciones protectoras de estos árboles se reflejaba en las muchas ofrendas que les rendían, como era la también costumbre de regar sus raíces con cerveza.

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